Aj de medianoche en Invierno
¡Ah! ¡Invernales noches!
¡Frío cavernoso y brioso anhelo!
Me encierro en gabinetes, cabinales y cubículos,
en claustros imposibles, garitos,
cuchitriles laberínticos infestados por el propio polvo
de las momias quiméricas de mis cavilaciones
y solo encuentro desolación.
Y de nada sirve
que intente elevarme por los cielos,
que busque,
en el trepidar nervioso de mis pasos,
en el eco de mi camino en las callejas,
satisfacción de un suspiro
o una roca melancólica
en que chupar savia y moho triste.
¡No encuentro solaz!
Porque adonde fui adonde he ido adonde vaya adonde fuere
me acompaña la bestia del silencio
--¡es tu ausencia!--
y me acecha
el tormentoso sino, el pensar solo
de la vorágine de mi cerebro
y no puedo librarme del recuerdo
y me queda unícamente el beso tuyo
o el de la Muerte,
beso que deberé tomar pues
tú te me escapas en otras tierras
y, para mí, esté donde estuviere,
no existe el sueño
con que se sacia mi lecho temible y
encarnado:
¡No estás!
¡Y el tiempo no corre mientras no llegues!
¡Ah! Infernales noches...
1990, Nueve de abril, Eduardo Roca.
¡Frío cavernoso y brioso anhelo!
Me encierro en gabinetes, cabinales y cubículos,
en claustros imposibles, garitos,
cuchitriles laberínticos infestados por el propio polvo
de las momias quiméricas de mis cavilaciones
y solo encuentro desolación.
Y de nada sirve
que intente elevarme por los cielos,
que busque,
en el trepidar nervioso de mis pasos,
en el eco de mi camino en las callejas,
satisfacción de un suspiro
o una roca melancólica
en que chupar savia y moho triste.
¡No encuentro solaz!
Porque adonde fui adonde he ido adonde vaya adonde fuere
me acompaña la bestia del silencio
--¡es tu ausencia!--
y me acecha
el tormentoso sino, el pensar solo
de la vorágine de mi cerebro
y no puedo librarme del recuerdo
y me queda unícamente el beso tuyo
o el de la Muerte,
beso que deberé tomar pues
tú te me escapas en otras tierras
y, para mí, esté donde estuviere,
no existe el sueño
con que se sacia mi lecho temible y
encarnado:
¡No estás!
¡Y el tiempo no corre mientras no llegues!
¡Ah! Infernales noches...
1990, Nueve de abril, Eduardo Roca.
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