Sobre "La tejedora de coronas" de Germán Espinosa
La prosa de Germán Espinosa, como reza el epígrafe de su novela Sinfonía desde el Nuevo Mundo (el epígrafe es una cita de Francis de Miomandre), est un vin enivrant. La fuerza de sus largas frases monologales, la impecabilidad del lenguaje, la cultura del autor, apabullante, nos llevan a un estado de vértigo puramente deleitoso, nos deposita en otra esfera, en un mundo donde despertamos del sueño de la razón a la conciencia plena de una razón más grande en sus divagaciones "astrales" --y acaso absurdas-- que el mismo sueño. Las divagaciones filosóficas y existenciales pueden fluir tranquilamente, sin parecer simples ufanaciones y, lo más importante, sin herir la coherencia de la narración --esto es, haciendo del arte un arte pensado y profundo, que no deja, jamás, de ser arte.
Podría comparar el estilo magnífico de Espinosa con la mujer casi salvaje de un poema de Baudelaire. Viene su prosa a mí,
...pour troubler le repos où mon âme était mise
Et pour la dégager du rocher de cristal
Où, calme et solitaire, elle s'était assise...
Una novela de Germán Espinosa, pues, est un vin enivrant.
Entre las que he leído de su Autoría (ya verán el doble sentido), me obsesiona especialmente la más famosa, alabada por la crítica francesa, La tejedora de coronas. Increíble historia de la, en apariencia, simple Genoveva Alcocer, personaje representativo de la mujer libre e inteligente. El solo personaje de Genoveva, la tejedora de coronas, es una reivindicación de esa mujer de corte "feminista", aunque sin aspiraciones de lo que se llamaría hoy "feminismo", ni teorías imaginativas y forzadas. Se trata, al contrario que en el caso del feminismo puro, de un ser que vive naturalmente tanto su feminidad como su igualdad (o, en muchos casos, su superioridad) con el hombre. Puede que los otros personajes, los "machos" (y esto incluye al buen Voltaire), la vean como a un ser sorprendente, sí, pero inferior.
Es curioso cómo la cuestión de la igualdad funciona en desplazamientos al interior la novela. Genoveva no es inferior a los hombres y no se siente inferior. No es sumisa sino rebelde. En cambio, el pueblo americano, el pueblo de Cartagena, está lleno de bestias de cabeza gacha que obedecen ciegamente a lo que ordenan las metrópolis. No utilizan, como Genoveva, sus "luces" para combatir la ignorancia, la creencia en la brujería, la superstición del oscurantismo.
A propósito de la crítica "espinosiana" de la ignorancia, recuerdo que, durante un lanzamiento, el autor recordó que, luego de la publicación de Los cortejos del diablo, "romance" sobre la época de la Inquisición en Cartagena de Indias, se le acusó de anticristiano. La novela, ciertamente, critica profundamente el funcionamiento de los sistemas eclesiásticos. Tal crítica está presente también en La tejedora de coronas. Sin embargo, la sola figura del papa Benedicto XIV, que nos recuerda, de algún modo, las nostalgias renacentistas de Nietzsche al exclamar que "das Christentum saß nicht mehr auf dem Stuhl des Papstes! Sondern das Leben! Sondern der Triumph des Lebens! Sondern das große Ja zu allen hohen, schönen, verwegenen Dingen!" ("¡El cristianismo no estaba ya sentado en la sede papal! ¡Solo la vida! ¡Solo el triunfo de la vida! ¡Solo el gran "sí" a todas las cosas altas, bellas, audaces!", Der Antichrist), tal figura nos aclara, como lo hiciera Espinosa en persona el día de aquel lanzamiento, que el mensaje del autor no es destructivo, que no ataca una doctrina, sino el mal uso de ella. Es el sujeto, el culpable, el hombre de las tinieblas quien busca ese horror. El demonio verdadero de Los cortejos del diablo, no es siquiera el inquisidor Mañozga, sino su ceguera de poder, su propia locura que, como el Sueño de la razón de Goya, produce monstruos nefastos, quimeras, las brujas que atormentan al viejo inquisidor luego de la inmolación de Luis Andrea, adorador de Buziraco. La crítica de Nietzsche vuelve a ser válida aquí: "Ein religiöser Mensch denkt nur an sich" ("Un hombre religioso solo piensa en sí mismo"). Es el egoísmo del cristiano lo que critica el filósofo del martillo, es su primera violencia contra la libertad del ser: la violencia del "mediocre" y "zafio" contra el "hiperbóreo", el genio filológico y médico que cura las enfermedades y da libertad a la razón, quien, des champs donne à son coeur la clé, decía Verlaine. Es, en todo caso, el acto de "violación", de impedimento, de bloqueo a la libertad, la que hace del inquisidor un monstruo. En tal punto de la encrucijada se encuentran Nietzsche y Espinosa, tan diferentes, no obstante.
Nosotros, en estos tiempos del presente, vivimos en otra suerte de oscurantismo, aun si los grandes poetas y escritores de la América Mestiza han sido (y son) también grandes eruditos. Se trata de un oscurantismo que proviene de nosotros mismos: nosotros, al adoptar una posición quietista y estúpida, al dejar que los gobiernos y los sistemas eclesiásticos (o de cualquier tipo) dominen nuestra vida, andar obcecados, obstinados en opiniones retrógradas, evitamos nuestro propio progreso, como árboles hervíboros que devoraran sus propias raíces y troncos.
La lucha intelectual de Germán Espinosa y la calidad de su arte hacen de él uno de los autores más necesarios, verdaderos, profundos y transformadores de la literatura colombiana. No solo eso, también de la vida. Recordemos, para terminar, la dedicatoria a Juan Manuel Roca de su Sinfonía desde el Nuevo Mundo:
Para Juan Manuel Roca,
la perfección de cuya poesía
se defiende del trivial elogio.
Lo mismo podemos decir, sin temer reproche alguno, del "canto bronco" de este gran "romancerista."
Podría comparar el estilo magnífico de Espinosa con la mujer casi salvaje de un poema de Baudelaire. Viene su prosa a mí,
...pour troubler le repos où mon âme était mise
Et pour la dégager du rocher de cristal
Où, calme et solitaire, elle s'était assise...
Una novela de Germán Espinosa, pues, est un vin enivrant.
Entre las que he leído de su Autoría (ya verán el doble sentido), me obsesiona especialmente la más famosa, alabada por la crítica francesa, La tejedora de coronas. Increíble historia de la, en apariencia, simple Genoveva Alcocer, personaje representativo de la mujer libre e inteligente. El solo personaje de Genoveva, la tejedora de coronas, es una reivindicación de esa mujer de corte "feminista", aunque sin aspiraciones de lo que se llamaría hoy "feminismo", ni teorías imaginativas y forzadas. Se trata, al contrario que en el caso del feminismo puro, de un ser que vive naturalmente tanto su feminidad como su igualdad (o, en muchos casos, su superioridad) con el hombre. Puede que los otros personajes, los "machos" (y esto incluye al buen Voltaire), la vean como a un ser sorprendente, sí, pero inferior.
Es curioso cómo la cuestión de la igualdad funciona en desplazamientos al interior la novela. Genoveva no es inferior a los hombres y no se siente inferior. No es sumisa sino rebelde. En cambio, el pueblo americano, el pueblo de Cartagena, está lleno de bestias de cabeza gacha que obedecen ciegamente a lo que ordenan las metrópolis. No utilizan, como Genoveva, sus "luces" para combatir la ignorancia, la creencia en la brujería, la superstición del oscurantismo.
A propósito de la crítica "espinosiana" de la ignorancia, recuerdo que, durante un lanzamiento, el autor recordó que, luego de la publicación de Los cortejos del diablo, "romance" sobre la época de la Inquisición en Cartagena de Indias, se le acusó de anticristiano. La novela, ciertamente, critica profundamente el funcionamiento de los sistemas eclesiásticos. Tal crítica está presente también en La tejedora de coronas. Sin embargo, la sola figura del papa Benedicto XIV, que nos recuerda, de algún modo, las nostalgias renacentistas de Nietzsche al exclamar que "das Christentum saß nicht mehr auf dem Stuhl des Papstes! Sondern das Leben! Sondern der Triumph des Lebens! Sondern das große Ja zu allen hohen, schönen, verwegenen Dingen!" ("¡El cristianismo no estaba ya sentado en la sede papal! ¡Solo la vida! ¡Solo el triunfo de la vida! ¡Solo el gran "sí" a todas las cosas altas, bellas, audaces!", Der Antichrist), tal figura nos aclara, como lo hiciera Espinosa en persona el día de aquel lanzamiento, que el mensaje del autor no es destructivo, que no ataca una doctrina, sino el mal uso de ella. Es el sujeto, el culpable, el hombre de las tinieblas quien busca ese horror. El demonio verdadero de Los cortejos del diablo, no es siquiera el inquisidor Mañozga, sino su ceguera de poder, su propia locura que, como el Sueño de la razón de Goya, produce monstruos nefastos, quimeras, las brujas que atormentan al viejo inquisidor luego de la inmolación de Luis Andrea, adorador de Buziraco. La crítica de Nietzsche vuelve a ser válida aquí: "Ein religiöser Mensch denkt nur an sich" ("Un hombre religioso solo piensa en sí mismo"). Es el egoísmo del cristiano lo que critica el filósofo del martillo, es su primera violencia contra la libertad del ser: la violencia del "mediocre" y "zafio" contra el "hiperbóreo", el genio filológico y médico que cura las enfermedades y da libertad a la razón, quien, des champs donne à son coeur la clé, decía Verlaine. Es, en todo caso, el acto de "violación", de impedimento, de bloqueo a la libertad, la que hace del inquisidor un monstruo. En tal punto de la encrucijada se encuentran Nietzsche y Espinosa, tan diferentes, no obstante.
Nosotros, en estos tiempos del presente, vivimos en otra suerte de oscurantismo, aun si los grandes poetas y escritores de la América Mestiza han sido (y son) también grandes eruditos. Se trata de un oscurantismo que proviene de nosotros mismos: nosotros, al adoptar una posición quietista y estúpida, al dejar que los gobiernos y los sistemas eclesiásticos (o de cualquier tipo) dominen nuestra vida, andar obcecados, obstinados en opiniones retrógradas, evitamos nuestro propio progreso, como árboles hervíboros que devoraran sus propias raíces y troncos.
La lucha intelectual de Germán Espinosa y la calidad de su arte hacen de él uno de los autores más necesarios, verdaderos, profundos y transformadores de la literatura colombiana. No solo eso, también de la vida. Recordemos, para terminar, la dedicatoria a Juan Manuel Roca de su Sinfonía desde el Nuevo Mundo:
Para Juan Manuel Roca,
la perfección de cuya poesía
se defiende del trivial elogio.
Lo mismo podemos decir, sin temer reproche alguno, del "canto bronco" de este gran "romancerista."
1 Comments:
Un excelente ensayo sobre uno de nuestros mejores novelistas.
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